Gárgolas insomnes

Marzo 29 de 2009

Cuentos pichicatos

Los textos que leerán a continuación fueron publicados aquí en distintas fechas y después reunidos en respuesta a la convocatoria que lanzó el año pasado la Universidad Iberoamericana de León, Guanajuato, para editar una antología de microcuentos. Algunos fueron ajustados a la extensión máxima de mil caracteres que, según las bases, debían tener. Otros no tuvieron modificación alguna. El cuento La Noche del Diablo, originalmente sin nombre, sufrió tal transformación que ahora puede considerarse otro cuento. El único inédito por entero es El mejor cuento. A fin de cuentos, no fue seleccionado ninguno, quizá porque el jurado es un atento lector de este blog... En una relectura inevitablemente autocrítica hallé cinco veces la palabra "entonces". Por lo demás, la calidad del trabajo me parece más que aceptable como para seleccionarlo todo sin excepción, pero algo falló, a saber qué. Ustedes dirán.

Histeria breve

"¡Mátalo, mátalo!", gritó ella. "¿Por qué?, ¿por qué?", preguntó él. "¡Es horrible, horrible!", exclamó ella. "¿Qué tiene?, ¿qué tiene?", preguntó de nuevo él. "¡Tiene cara de niño!", gritó ella otra vez. "¡Mira, mira cómo nos mira!" Había llovido esa noche de grillos y luna llena y, después de pasar inadvertida la maravilla de los caracoles que atravesaban la banqueta empedrada con babosa lentitud, la pareja detuvo abruptamente su paseo bajo la luz de los faroles alrededor del parque ante la presencia de aquel monstruoso insecto. Entonces Dios lanzó un rayo con su dedo omnímodo sobre ella y se acabó la histeria. Fin.

La Noche del Diablo

Proyectada por la trémula iluminación de unas antorchas, mi sombra parecía tener movimiento propio... Caminábamos juntos por un callejón desolado, cuando terminó separándose de mí, así que seguí su oscura ruta, confundiéndola siempre con otras sombras, hasta que se detuvo dentro de tu sueño. En mi ausencia, soñabas conmigo. "¿Con quién hablas?", te pregunté. "Contigo", me contestaste. "Pero si allí no hay nadie", te dije. "Estás tú porque te sueño", me explicaste, y advertí de nuevo la independencia de mi sombra, que bailaba entre las llamas de tu fuego. "No seas tan fogosa", te pedí. "Permíteme sacar mi sombra". Un cuervo se posó en tu hombro. "En la Noche del Diablo -murmuraste- los sueños tienen encrucijadas", y tus ojos me miraron antes de que el ave negra los arrancara de sus órbitas... Cuando desperté, mi sombra todavía estaba allí.

Trastorno

Al principio noté alteraciones como el lugar de una hoja de papel, una bolsa de plástico o cualquier cosa ligera que hubiera movido el viento sigilosamente; luego, cambios en las posiciones de la mesa y el refrigerador, o los sitios de las puertas y ventanas. Una mañana entré al baño y encontré la tasa en la regadera, el lavabo en la ventana y el espejo en el techo. Sentí que las escaleras del edificio eran cada vez más largas y lo comprobé contando los escalones. El colmo de esta alucinante sensación es que el edificio se inclina hacia distintos lados, según el día, y está más al centro de la calle; la calle es cada vez más ancha, el supermercado está más lejos y la farmacia más cerca. Antes era necesario atravesar la avenida para ir al parque. Ahora tengo que atravesar el parque para llegar a la avenida... En fin. Sospecho que se trata de un fenómeno que trastorna todo, inclusive la mente de los demás, porque nadie más que yo lo nota.

El tiempo

Cuando el tiempo era niño no conocía más que sus horas, minutos y segundos, pero luego recorrió también sus días, semanas y meses y más tarde sus años, lustros y décadas, hasta que maduró y empezó a escribir un diario, y con el paso de los siglos y milenios, el tiempo envejeció y se dio cuenta de que estaba perdiendo la memoria, aunque aún recordaba que tenía una de papel y decidió leerla desde el principio, pero las hojas iniciales eran tan frágiles que un movimiento las hizo polvo y el viento las esparció por el aire y dejó caer en algún lugar donde se convirtieron en larvas de mariposas que nacieron, crecieron y murieron, así que un niño las puso entre las hojas de un cuaderno que no abrió sino hasta que ya era un anciano y entonces encontró la primera parte del diario que había escrito el tiempo.

¿La lluvia?

Soñé que la lluvia entraba por la ventana de la cocina, como ladrona vil, y mojaba las cortinas y los trastos recién lavados, y anegaba el piso. Mañana te ocupas del desastre, dijo mi otro yo; lo urgente ahora es dormir. Al despertar, cambié las cortinas, enjuagué los trastos de nuevo y... ¡oh, sorpresa! La lluvia se había llevado el modular, el televisor, el DVD y todo el equipo de cómputo.

Mitomanía

Al despertar de un profundo sueño, del que nunca recordaba nada, antes de bañarse y desayunar, revisaba el correo, en donde invariablemente encontraba un mensaje de su interlocutor imaginario. Después de una lectura obsesiva, contestaba y archivaba la misiva junto con la respuesta. En la noche, al finalizar un día más de vacío, soledad y antidepresivos, se enviaba otra carta y dormía, somníferos mediante. Al día siguiente había olvidado el mensaje escrito la noche anterior, y antes que nada, revisaba el correo, en donde se hallaba con su fiel remitente.

El archivo de la correspondencia creció hasta alcanzar una desproporción grotesca. Ella estaba locamente enamorada del interlocutor y lo idealizaba, le revelaba sus más íntimos secretos, en realidad falsos; le hablaba de sus fantasías eróticas, menos genuinas que literarias, y le contaba sueños que no tenía; hasta que el remitente se cansó de tanta pendejada y la mandó al carajo.

Desde entonces ella...

El accidente

El personaje tuvo que ser hospitalizado y, al recuperar el conocimiento, echó de menos sus lentes. Además, le habían quitado la dentadura postiza y el bisoñé. "¿Dónde estoy?", preguntó angustiado, y una voz afable de mujer contestó que estaba en el nosocomio. "Quiero mis lentes, mis dientes y mi pelo", exigió el personaje. Pero ya no le harían falta, informó la voz. En un brutal accidente se había quedado sin ojos, sin boca y sin cabeza. Como reacción, quiso tocarse y notó que tampoco tenía manos. "¿Y cómo es que puedo hablar?", preguntó incrédulo. Pero no hablaba realmente; más bien soñaba, dijo la voz. "¡Quiero mis manos!", exigió de nuevo el personaje. Pero ya no las necesitaba, explicó la voz. Los sueños son inasibles, intangibles, etéreos; no hay nada qué tocar en ellos. Entonces el personaje despertó alterado, sudoroso, taquicárdico; buscó a tientas sus lentes y, en medio de la oscuridad, la soledad y el silencio, se quedó asido al vacío, la oquedad, la nada.

Amor eterno

Solicitó su mano... para disecarla.

[] Iván Rincón 6:06 PM

Marzo 26 de 2009

El hombre que se iba de la ciudad

Comenzó por guardar en un frasco algo del aire contaminado que había tenido que respirar hasta entonces todos los días con sus respectivas noches; planeaba llevárselo de recuerdo, pero al ver que dentro había también una nube, una parvada y un avión, decidió enrollar su calle y doblar en ocho partes el parque donde hacía sus ejercicios matinales; acomodó el puente peatonal bajo sus camisas, junto con los faroles y los postes; metió la plaza entre los libros y la avenida entre las revistas; en una caja de pañuelos desechables cupo el edificio donde vivía, incluyendo a los vecinos; arropó el supermercado en una chamarra y abrió espacio entre sus calcetines para el distribuidor vial; las banquetas y los árboles tuvieron espacio suficiente dentro de los zapatos; a los perros los puso junto con los gatos y las ratas bajo las toallas; para las cucarachas y las moscas bastó con una caja de cerillos; en una de cigarros metió microbuses y carros; buscó una bolsa del mandado para llevarse también el metro, pero cayó en la cuenta de que debía usarlo para trasportarse a la terminal de camiones foráneos, que había empacado por error dentro del botiquín, sin dejar siquiera un taxi libre. Fue así que, en un arranque de coraje, decidió dejarlo todo: ropa, zapatos, libros, revistas, botiquín, y no llevar más que lo indispensable para vivir sin recuerdos atávicos: la ciudad entera.

[] Iván Rincón 8:35 PM

Marzo 15 de 2009

A reserva de publicar una carpeta con mis pininos fotográficos en hi5 o en su caso alguna alternativa, he ilustrado esta página con fotos que tomé en Puerto Escondido y Zipolite; aquí estarán durante un mes, en el que volveré a editar las primeras, porque pueden verse mejor, pero mi navegador es tan lento que me obliga provisionalmente a la mediocridad. En Puerto Escondido coincidieron cinco lugares de internet público donde, además de la calma y horas enteras de tensión, me hicieron perder alrededor de ochenta fotos, entre las cuales estaba yo desnudo, así que si me ven por allí les agradeceré me lo hagan saber; entonces resultará que me las robaron y sabré perfectamente a quién romperle la madre. Si alguien visita Puerto Escondido, por ningún motivo, permita que otros hagan la mudanza de la memoria de la cámara a un disco compacto; sin excepción, háganlo siempre ustedes, aunque no lleven su propia computadora. El lugar más nefasto de esta pesadilla encadenada es el más cercano a Súper Che. Aguas con esos hijos de la chingada.

[] Iván Rincón 04:22 PM

Atardecer en Puerto Escondido, visto desde Carrizalillo. Foto: Iván Rincón

Marzo 5 de 2009

En el texto anterior digo que Juan Luis Concheiro es un pichicato porque me remito a la época del semanario Motivos, que supuestamente dirigía Pablo Gómez, pero ahora veo que el cuñado incómodo pasó del fraude menor en colectivo a los enjuagues millonarios; una nota de hace tres años en La Jornada me hace ver lo desinformado que yo estaba, pero no me sorprende; cuando alguien vive de la deshonestidad calculada en la impunidad, al amparo de parentescos, termina descarándose con negocios igual de turbios, pero cada vez más grandes. Juan Luis Concheiro defraudó a todos los que trabajamos de alguna manera para Motivos; en su momento, creí que yo era el único, pero en los diálogos de San Andrés pude hablar durante muchas horas con mucha gente, como los «guillotinos», quienes me enteraron de la argucia sistemática de Concheiro, con la que "engañó a todos"; es curioso, porque estas palabras salieron textualmente de la boca de uno de los hermanos Moreno Corzo, y cuando yo me apersonaba en las oficinas de Motivos para cobrar, Óscar Moreno me preguntaba: "¿En serio crees que te van a pagar?". Las cosas eran exactamente al revés de lo que me hacía suponer esa burla, es decir, que yo era la excepción. En realidad la excepción era Jesús Ramírez Cuevas, que no solo cobraba por su trabajo, sino también el zapatour: viáticos de reportero enviado por un medio de primer mundo a cubrir una guerra tan cruenta que le permitía quedarse durante semanas en un hotel caro sin enviar nada, ni siquiera un saludo; todo con el pretexto de que la táctica obligada era hospedarse donde Hermann Bellinghausen. Quizá fui la excepción en algo, aunque Juan Luis Concheiro se embolsara el usufructo del trabajo de todos: que solamente yo le di pelea. En una discusión telefónica, Concheiro decía que ya me había pagado y yo le recordaba que había cobrado, con un año de retraso, mi cobertura de Chiapas (sin viáticos, obviamente), pero faltaba mi corresponsalía en Juchitán y mi cobertura de la Campaña 500 Años de Resistencia. Entonces explotó con singular histeria y comenzó a gritar con una voz tan aguda que resultaba literalmente insoportable y tuve que colgar el teléfono. Esperé a que sus gritos dejaran de resonar en mis oídos y pensé que si alguien tenía razón para tronar era yo, así que volví a llamarlo y contestó una mujer que intentó ser intermediaria, pues Concheiro se negaba a tomar el teléfono. Para mi enorme sorpresa, Concheiro arremetió contra ella y, una vez descargada su ira, me contestó con un grito: "¡Ahora qué!"

-Ni ahora ni después vuelvas a gritarme, porque si estuviéramos cara a cara ya estaría rota la tuya -le dije.

Después me enteré de algo más; como Jesús Ramírez Cuevas tardó más de la cuenta en enviar algo, le cerraron el grifo y tuvo que regresar a la Ciudad de México; yo seguí en Chiapas con mis propios recursos y un día llamé a Motivos para avisar que enviaría un reportaje por fax; Jesús Ramírez y el fotógrafo que también habían enviado a cubrir el levantamiento zapatista y de regreso, vieron el fax, lo leyeron y decidieron entre los dos que no se publicaba, que yo no había enviado nada; lo hicieron riéndose del ante de todos y, efectivamente, mi envío no se publicó; eso lo comentaron años después, al calor de unos tragos, dos periodistas (otro fotógrafo y un redactor) que primero trabajaron para Motivos y después para el periódico de Javier Elorriaga, que si no mal recuerdo se llamaba El Espejo y era una vergüenza, tanto que le decían El Engendro. También el periódico sucesor de Motivos era una vergüenza, quizá lo peor que se ha hecho en cuanto a publicaciones impresas desde la época del Partido Comunista. Juan Luis Concheiro envió de nuevo a Jesús Ramírez a Chiapas con la excusa de que salía más barato que una misma persona fuera tecleador y reportero gráfico, y yo nunca jamás volví a tener trato profesional (como periodista) con nadie del PRD; lo hice como activista en las elecciones de 1994 y después tampoco volví a cometer ese error.

Un día encontré a Juan Luis Concheiro en Coyoacán con un grupo de chavos atarantados al que había invitado una chela, tal como hizo con nosotros en la época de Motivos; por eso intuí que seguía siendo la misma basura, con la única diferencia de que tenía que buscar incautos cada vez más jóvenes para engatusarlos. Ahora me entero de que el cuñado incómodo saltó a las ligas mayores del fraude con la contratación de tiempo y espacio para la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) en los medios de comunicación. Quemado ya está, pero me pregunto si algún día pisará la cárcel. La noticia tardía del salto cuantitativo que dio como coordinador de Comunicación Social en la ALDF, y quizá mucho antes, no impide que yo siga considerándolo miserable, como a la mafia del PRD que lo protege...

El pichicato soy yo por estas denuncias que no pasan de ser simples anécdotas quince años después.

[] Iván Rincón 9:36 PM

Posdata que de paso comparte un hallazgo insólito: un artículo del misterioso periodista Demetrio Beaz fue republicado por RazonEs de SER, revista electrónica del gobierno de Coahuila y, desde entonces, ha tenido 5 millones 420 mil 246 lectores. ¿Alguien puede explicarme este hecho? He aquí el texto.

[] Iván Rincón 25/03/09

Febrero 27 de 2009

Así no regresara más o menos pronto a Puerto Escondido para asegurarme de que sea clausurado el negocio ilegal de «Doña Focos» y consignada la averiguación previa, el tiempo empleado en este asunto no sería del todo una pérdida, pues algo he aprendido. Ahora puedo afirmar públicamente lo que antes apenas intuía: que Juan Luis Concheiro (cuñado de Pablo Gómez) es un defraudador y debería estar en la cárcel, en vez de seguir ocupando puestos burocráticos en el PRD, partido que se dice de izquierda porque algunos de sus dirigentes son igual de siniestros. Ahora puedo afirmar también que mis vecinos han cometido el delito de negligencia grave, aunque esto último ya lo sabía. Tanto el fraude como la negligencia grave ameritan cárcel y en ninguno de los dos casos faltan pruebas; lo que faltaba era una denuncia, que estoy haciendo aquí.

Mi tía Graciela (hermana de mi madre) murió de cáncer por negligencia médica en el Seguro Social y, al no denunciar este hecho, la familia se hace cómplice; la negligencia médica en tal caso es una forma de homicidio, así como el fraude es una forma de robo agravado por la mentira y el engaño.

El caso «Doña Focos» me recuerda esta frase: "Un hombre con coraje hace una mayoría"; la leí hace poco y me hizo pensar a su vez en la turba de imbéciles y cobardes que infesta el edificio donde "vivo". También recuerdo a Carlos Sánchez, dirigente de la COCEI, diciéndome: "Vamos a hacer lo necesario para meter a la cárcel a esos cabrones", que me habían robado una grabadora reportera relativamente cara y difícil de conseguir, así como unos diez casetes con copias del programa de radio coproducido entonces por la Casa de la Cultura de Juchitán, la Regiduría de Cultura del Ayuntamiento Municipal y el periódico local Tobi ne Tobi. El episodio no trascendió, más allá de mi denuncia pública en dicho periódico, donde quedó mal parada la policía municipal por su connivencia, pero lo recuerdo al comprobar que de nada me sirve ahora tener amigos abogados, casualmente en Oaxaca; tampoco me sirvió para nada en su momento que una hermana de mi padre fuera magistrado de la República; por el contrario, ¡qué vergüenza! Cuento con asesoría jurídica, pero no es personalmente cercana. En situaciones como esta, extraño a Carlos Sánchez porque está muerto, y está muerto porque era demasiado bueno para vivir en un mundo podrido por gente putrefacta. Por eso murieron también mis amigos Francisco Cabrera y Lucía Esparza... Por eso murió Porfirio Encinos, porque era demasiado bueno para un gabinete como el de Salazar Mendiguchía, gobernador al servicio de pederastas y ludópatas.

Carlos Sánchez era un luchador político y social de Juchitán, donde ser luchador político y social es lo mismo que soldado en una guerra, pero murió asesinado en una borrachera por otro borracho que intentó asaltarlo, triste ironía que me recordaba la broma negra de la película El francotirador, llamada originalmente The Deer Hunter (El cazador de venados), de Michael Cimino, cuando un chavo gringo regresa muerto de Vietnam porque lo mata una rama, peor que morir de gripa en medio de la barbarie genocida. Y en eso pensaba, coincidentemente, al enterarme de que nueve soldados invasores en Irak han muerto a causa de regaderas eléctricas.

Desde mis tres semanas en Acapulco, yo tenía un año y medio atrapado en esta ciudad. Por 3,700 pesos, «Doña Focos» estuvo a punto de arruinar mis vacaciones, como ha hecho sistemáticamente con mucha gente por cantidades de dinero igual de miserables, con la diferencia de que mis 3,700 pesos le van a salir bastante caros. También Juan Luis Concheiro es un pichicato, con la diferencia de que usa cargos públicos y la infraestructura del PRD para cometer sistemáticamente sus fraudes. Ambos continúan impunes, pero no por mucho tiempo, espero.

[] Iván Rincón 10:37 PM

Febrero 20 de 2009

Vacaciones a punto de la ruina

Autores y "autoridades" sin autoridad

(Segunda parte)

La burocracia de Puerto Escondido, incluido el Ministerio Público adscrito a la agencia municipal, tiene tres horas para comer y hacer la siesta, pero al parecer no son suficientes, porque además llega siempre una hora tarde; ha de ser agotador trabajar como "auxiliar" del ayuntamiento. Entre las 15:00 y las 19:00 horas no hay actividad aquí, salvo acaso la espera de uno que otro porteño que no soporta el tedio y opta por retirarse; durante la cuarta hora de tiempo muerto no hay ni siquiera luz eléctrica, pues el encargado de prenderla es el primero en llegar tarde. Este patético escenario resume de antemano la paradoja de negarme a perder tiempo lidiando con alguien que no es capaz de entender nada con más trascendencia que un foco, alguien que tampoco alcanza el mínimo de capacidad mental requerida por la honestidad ni sabe qué diantre significa eso; la muerte cotidiana en el lúgubre recinto de la agencia municipal resume la paradoja de lidiar a cambio con la "autoridad" competente, que es el Ministerio Público en este caso y con el cual mi relación no puede iniciar más ríspidamente. Al llegar el secretario ministerial, quien me escucha con displicencia, expongo mi situación de pie y, cuando termino, se produce el siguiente diálogo:

-Voy a sentarme porque tengo más de una hora esperando y usted no tiene la consideración ni la atención de ofrecerme asiento; vine varias veces porque los policías me informaron mal sus horarios y además llegan tarde...

-¡Si viene usted a discutir nuestro trabajo, vaya mejor a la procuraduría!

-No vengo a discutir su trabajo ni voy a la procuraduría; ustedes aquí tienen obligación de atenderme...

-¡Pues ya lo estoy atendiendo!

-¿Qué clase de atención es esta? Además de ofrecerme asiento, debería ofrecer disculpas por llegar tarde...

-¡Pues así como se nos hace tarde para venir, se nos hace tarde a veces para irnos y aquí estamos trabajando hasta la una de la mañana en casos importantes.

-Eso me importa un cacahuate; yo vengo en sus horarios, y el caso más importante para mí es el mío...

-Pues vaya a quejarse a la procuraduría.

-Quizá vaya después, pero primero me atiende usted aquí porque es su obligación.

-¿Quiere que citemos a la parte acusada o prefiere levantar un acta?

-¿Usted qué recomienda?

-Hacer un citatorio, porque levantar un acta es mucho más complicado.

-Que sea entonces el citatorio.

Después resultará que la gran complicación se reduce a cuatro copias fotostáticas de una identificación oficial; en realidad es menos trabajo teclear un citatorio que un acta y, mientras eso ocurre, un ratón atraviesa la oficina entre las dos paredes cubiertas de archivo muerto; la indiferencia del secretario al ajetreo del animal hace que me pregunte si están mutuamente familiarizados o el ratón tiene más vida que el secretario. Tiempo muerto, archivo muerto, muerte cotidiana. Aquí todos están muertos, solo que todavía no lo saben.

El agente del Ministerio Público es Gerardo de Jesús Cruz Herrera; el secretario ministerial es Darío Jiménez López; les doy la dirección de los búngalos y el domicilio particular de María Guadalupe Cortés Delgado, alias «Doña Focos», así como sus dos números telefónicos, local y celular, y en diez días no pueden entregar más que un citatorio, gracias a que los llamo en el momento que la susodicha está en la primera dirección. La señora simplemente no acude a la cita ni contesta el teléfono, o contesta y cuelga en cuanto intuye que la llaman de Ministerio Público; esa actitud agazapada y la connivencia de los trabajadores que, instruidos por su patrona, la niegan sistemáticamente, motiva mi sospecha de que hay algo ilegal en este negocio; levanto un acta con el número de averiguación previa 20 (P.E.II) / 2009 y me propongo agotar el recurso de los tres citatorios, pero el secretario se esmera en encontrar excusas para no entregar el segundo citatorio. "Es que a lo mejor esto, a lo mejor esto otro, ¿y qué tal si tal cosa?, ¿y qué tal si tal otra?". Así todo por el estilo. A ratos parece que asumiera la defensa legal de una mujer que se esconde porque tiene cola que le pisen.

Mi declaración inicial tiene la sintaxis del secretario, que no es precisamente una persona ilustrada y escribe "convivencia" en lugar de connivencia y satura de muletillas repetitivas todo el documento y omite su lectura en voz alta, como dicta la ley, antes de firmarlo; el nivel intelectual es congruente con la mentalidad de burócrata menor que se niega a ver más allá de su estricta competencia y, por consiguiente, ignora que, además de fraude, se trata en este caso de negligencia grave, delito así llamado porque es tan grave como un homicidio imprudencial. "Aquí estamos en el terreno penal", justifica el didáctico secretario su ignorancia supina. "Para el delito de negligencia grave tendríamos que revisar el Código Civil o consignar la averiguación previa para que sea juzgado el caso en el terreno civil". En otras palabras, pura burocracia. Si yo hubiera cometido la estupidez de tocar el tubo de la regadera, como dice doña loca y quizás hasta lo cree, habría muerto electrocutado y ella estaría en la cárcel o sería considerada prófuga de la justicia sin más trámites ni la necesidad de que ningún burócrata ignorante revise el Código Civil.

Desde el principio insisto en el peligro de que alguien muera bañándose a causa de una regadera eléctrica instalada de manera irresponsable y negligente, pero en el Ministerio Público no encuentro un ápice de sensibilidad ni de solidaridad a la cual está moralmente obligado, así que me dirijo al juzgado y me topo de bruces con la misma burocracia, pero multiplicada. Voy entonces a la Delegación de Turismo en Puerto Escondido, y todo el panorama cambia. Para empezar, en vez del cementerio que es la agencia municipal, las oficinas de esta representación federal tienen paredes de madera y techo de palma, son muy amplias y están rodeadas de áreas verdes; el lugar es limpio, su atmósfera es acogedora; en vez de ratas y cucarachas, hay ardillas y cuijas. La delegada Gladis Ballesteros Castro es una mujer joven, accesible, gentil, con disposición y voluntad. La secretaria (cuyo nombre nunca supe) también es joven, atenta y físicamente agradable. Allí confirmo lo que sospechaba: María Guadalupe Cortés Delgado no cuenta con permiso legal o autorización o licencia para que sus búngalos sean arrendados, por lo que tampoco paga impuestos ni tiene regulación alguna; obviamente, no existe ningún lugar registrado como "Casitas de Piedra" porque opera en la clandestinidad; todo es irregular en este caso; además, la Delegación de Turismo tiene múltiples quejas con respecto a la dueña, que se ha quedado con pasaportes de algunos de sus huéspedes extranjeros, que engatusa a sus clientes en la terminal de camiones foráneos y efectivamente está mal de la cabeza, tanto que usa a su hija adolescente para convencer a los clientes de que no se vayan.

El jueves 29 de enero a las 13:00 horas llamo por teléfono al Ministerio Público; contesta Gerardo de Jesús Cruz Herrera y le pido hablar con Darío Jiménez López; escucho que el primero le dice al segundo: "Ahí te habla tu cliente", y en seguida unas carcajadas; Jiménez López atiende la llamada y le informo que, desde la casa donde me alojo, veo el Jeep de María Guadalupe Cortés Delgado estacionado frente a sus búngalos, por lo que pueden entregarle un segundo citatorio en ese momento; Darío Jiménez contesta que no tiene tiempo, que vaya por el citatorio y lo entregue yo mismo; por supuesto, le digo que no estoy dispuesto a hacer su trabajo y cuelgo con un amargo sabor en la boca; es la cuarta o quinta vez que me salen con semejante burla; comento lo sucedido con un trabajador del hotel, quien me recomienda hacer la denuncia públicamente en la radio local, como acostumbran los porteños en situaciones similares; me apresuro y salgo al aire con el relato de mi caso a las 14:00 horas del mismo día en Estéreo Esmeralda 94.1 FM; el conductor del noticiero, Miguel Ángel Menéndez, remata diciendo: "A ver si ya dejan de pitorrearse de este asunto en el Ministerio Público y se ponen a trabajar". Mi testimonio tiene el efecto inmediato que suele tener la radio, pues el noticiero es grabado en El Imparcial, que toma nota del asunto; la importancia de este diario local es atípica, tanto que la corresponsalía en Puerto Escondido tiene oficinas en el corredor comercial del Bulevar Benito Juárez, algo que nunca ocurre, ni siquiera con periódicos de circulación nacional.

De la emisora voy otra vez a la Delegación de Turismo, y Gladis Ballesteros llama en mi presencia a un subprocurador. "¿Qué pasó con mi asunto?", le pregunta. "Hay que hacer algo con esta señora, porque ya debe varias". El subprocurador responde que será citada con el apercibimiento de que se presente con un abogado defensor; instruye al Ministerio Público y éste a su vez intenta entregar el segundo citatorio al día siguiente, cuando ya es demasiado tarde, porque «Doña Focos» se ha ido de Puerto Escondido. Yo sí acudo a la cita y aprovecho para ampliar mi declaración con la información que me ha dado la Delegación de Turismo, y dejo en depósito las llaves del búngalo; pongo énfasis en que no se trata de un caso aislado, pero el Ministerio Público sigue inmutable; tampoco reacciona a mi denuncia pública por la radio local (la gente que apesta suele ser la última en enterarse).

El domingo me encuentro en la playa con el trabajador que arregló la regadera eléctrica, a quien «Doña Focos» no quería pagarle y terminó debiéndole mil pesos; él se compromete a testificar en contra de ella. Durante mi última semana en Puerto Escondido consigo también el testimonio escrito del gringo que ocupó el mismo búngalo, que se bañó con agua del garrafón que yo dejé y se abstuvo de usar el refrigerador porque seguía igual de sucio; consigo además una denuncia similar a la mía en el formato de queja que maneja la Delegación de Turismo, firmada en este caso por un ingeniero eléctrico. El miércoles acuerdo por teléfono con el Ministerio Público ampliar mi declaración una vez más para aportar estos elementos probatorios y consignar finalmente la averiguación previa, pero el secretario me cita para el viernes 6 de febrero en la noche, sabiendo que ese día, a esa hora, no se presentará a trabajar, y que mi vuelo de regreso a la Ciudad de México está programado para el sábado siguiente. Además de sus tres horas para comer y hacer la siesta, el fin de semana empieza el viernes para esta gente.

El mismo viernes en la mañana voy a San Pedro Mixtepec para hablar con el regidor de Turismo, Miguel Ángel Gopar Martínez, del Ayuntamiento Municipal, que preside Abraham Ramírez Silva; no lo encuentro, pero hablo con el síndico procurador, Isidro Indalecio Reyes Ojeda, y el síndico hacendario, Paulino Ortiz Escamilla; expongo mi caso con todas sus letras; revisamos la Ley y hallamos dos causales para la clausura de los búngalos ilegalmente arrendados; la primera es que no cuenta con permiso o licencia y la segunda es que además no cumple con las condiciones mínimas de seguridad ni de higiene, hecho que viola el Artículo 163 del Bando de Policía y Gobierno Municipal 2008-2010, entre otros. Al despedirnos, el síndico procurador me dice: "Gracias por su... por su..."

-¡Coraje!

-¡Sí! ¡Gracias por su coraje! Si hubiera más personas como usted, habría menos gente como ella.

Me voy con el primer asomo de satisfacción en este pleito. Los síndicos me inspiran confianza. Debí venir antes, pienso, inclusive para conocer la cabecera municipal, que parece un lugar agradable, a diferencia del centro de Puerto Escondido, que es horrible. El taxista que me lleva de regreso, ubica físicamente a «Doña Focos» y me ofrece atestiguar en su contra, así como apalabrar a otros taxistas, porque, al "recoger" posibles clientes en la terminal de camiones foráneos, ella les hace competencia desleal. Los elementos concurren ese día para darle peso a mi denuncia y obligar así al Ministerio Público a poner lo que resta de su parte, pero nuestra última cita es la enésima burla del secretario, que me llama "jefe" delante de su jefe y después se mean de la risa. Con tal frustración regreso a la Ciudad de México, en donde planeo la estrategia para darle continuidad a la pelea; quizá deba acusar también al Ministerio Público de negligencia... La moneda está en el aire.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 11:02 PM

Carrizalillo, Puerto Escondido. Foto: Iván Rincón

Febrero 14 de 2009

Vacaciones a punto de la ruina

«Doña Focos» o la deshonestidad amparada en la demencia

(Primera parte)

La revista Segunda Mano en su versión impresa contiene un anuncio que dice textualmente: "PUERTO ESCONDIDO Condominio o Búngalo, Vista al Mar, Equipado. ¡Cerca 5 playas y disfrute la sensación de nadar en la Bahía Carrizalillo! $500.00". En seguida, un par de números telefónicos: local y celular (1). El condominio tiene vista al mar, pero es donde vive la dueña de los búngalos, María Guadalupe Cortés Delgado, alias «Doña Focos». Los búngalos no tienen vista al mar. Por teléfono, «Doña Focos» dice que son de lujo y que, en temporada alta, los renta hasta en mil 200 pesos diarios. En mi caso, por ser temporada baja, me cobra 300 pesos. Para reservar un búngalo por una semana, me pide dos mil pesos -"me gusta redondear los números"- de anticipo, dinero que deposito a su cuenta bancaria el martes 13 de enero en la mañana (cuento con el recibo del banco).

Llego a Puerto Escondido ese mismo día en la tarde con el plan de quedarme dos semanas. «Doña Focos» va por mí al aeropuerto, me lleva de un lado a otro en su Jeep y me invita a cenar; desde el principio pregunta si me quedaré la segunda semana en su búngalo y desde el principio respondo que lo decidiré durante la primera semana. Ya en la noche, dice que unos canadienses llegarán en ocho días y necesita saber si voy a quedarme, pues los demás búngalos están reservados, que si aparto el mío con otro anticipo, me cobrará 250 pesos diarios, mil 700 por la segunda semana, "para redondear". Seducido por el encanto del lugar a primera vista, cedo a la mañosa presión de la complaciente anfitriona, que me lleva ipso facto al cajero automático.

Los búngalos son tres y están en calle Cuilapan No. 5, Fraccionamiento Rinconada; la dueña los llama "Casitas de piedra", pero ese nombre no aparece en ninguna parte; a un lado de la reja, sobre la banqueta, hay una tabla en forma de cactus que dice bungalows o búngalos, junto a dos números telefónicos; también hay una banca de hierro encadenada a la reja (así como lo escribo). En el patio delantero, un árbol es torturado todas las noches con cables y foquitos intermitentes, posiblemente restos de la navidad. Pletórica de focos, la casa tiene uno en cada rincón, en cada techo, en cada mueble; sobre el espejo del lavabo hay uno, además del que alumbra el baño y, sobre el ropero recién barnizado, una lámpara metálica de buró está conectada a un enchufe justo encima del lavabo, como para electrocutar al que se lave las manos allí, salvo que antes desactive la trampa...

No reclamo por la imprecisión del anuncio, pues lo veo hasta que regreso a México; me entero en su momento de los búngalos por mi mamá, que revisa publicaciones como Segunda Mano y no me dice nada sobre el condominio ni la vista al mar. De ver el anuncio yo, quizá ni siquiera trato con su perpetradora. ¿"Cerca 5 playas"? Ha de ser una isla o las playas son chapoteaderos. Más instintivo que inteligente, confieso que me dejé engatusar por una mujer que, vía telefónica, es por lo menos odiosa y debió inspirarme desconfianza; en persona, es una pesadilla: pegajosa como lapa, encimosa como nadie, indiscreta hasta la náusea (su avidez de conocer el historial de mi vida sexual es comparable con la falta de tacto de los siquiatras que he padecido por mis trastornos del sueño), la típica mamá castrante con complejo de Yocasta, que hace todo lo posible y hasta lo imposible para evitar que sus hijos crezcan y, no conforme con llamar a su cría adolescente por celular a Canadá más de una vez al día, pretende adoptarme, pero de tanto llamarme "hijo", termina por olvidar mi nombre (sería redundante decir que, además de amnésica, es mitómana, porque al formar parte de una personalidad, amnesia y mitomanía conforman un binomio); para crear dependencia, me lleva a todos lados, empezando por su propio itinerario; si ofrece llevarme al mercado, por ejemplo, antes hacemos tres o cuatro paradas suyas, que prometió no hacer.

«Doña Focos» tiene alrededor de 55 años de edad, estatura regular, cuerpo de pingüino, piel blanca medio rosada, ojos verdes muy claros; está calva; se pinta el pelo restante de negro, pero se alcanzan a ver las canas; a veces usa una peluca negra; sus actitudes corporales, tanto como la forma en que gesticula y emite la voz, delatan una mente débil, enferma, oligofrénica.

El encanto de los búngalos -su ambiente cálido y rústico- se rompe a la mañana siguiente, que despierto con migraña por la reminiscencia del barniz en los marcos de las ventanas y algunos muebles, por la pintura fresca en pisos, paredes y techos de los otros búngalos, dizque reservados, así como en áreas comunes, y por la suciedad que iré descubriendo paso a paso. «Doña Focos» me promete y se compromete a que, mientras yo esté allí, no pintará más. Alejo la cama de las ventanas con marcos recién barnizados y descubro basura y telarañas; saco el ropero a la terraza y descubro más basura y telarañas; muevo el resto de los muebles y todos esconden basura y telarañas; el refrigerador está sucio por dentro y no cierra herméticamente; para usar los trastes, hay que lavarlos antes. Al cambiar de posición la cama, despierto entre mierda de iguana y otra vez con migraña y la gripe que traje de la Ciudad de México y la novedad de que siguen pintando. Le reclamo y explico a mi anfitriona lo que ya sabe ("aquí te vas aliviar"), que vine a recuperar mi salud, que estoy huyendo precisamente de la contaminación y que, sin exagerar, es la única oportunidad en mi vida. Ella vuelve a prometer que no pintará más. "Nomás era un pedacito, pero me agarró la locura y me seguí". Por las vigas entreabiertas del cielorraso, además de excremento de iguana, se cuelan diversas impurezas que afectan las vías respiratorias; se lo digo también a «Doña Focos» y ella contesta con comparaciones entre su contaminación y la del Distrito Federal, y frases como: "no te preocupes; es parte del folclor", o "no pienses en eso, no seas negativo".

Después de cuatro noches y sus respectivas mañanas con la novedad de que siguen pintando, al bañarme, hace corto circuito la regadera eléctrica. Por un gringo que habita después el mismo búngalo y se asea con agua del garrafón que yo dejé, me entero de que nueve soldados invasores en Irak han muerto a causa de regaderas eléctricas. Repuesto del susto, pero bañado a medias, informo a «Doña Focos» lo sucedido y aprovecho para decirle que el refrigerador está intocable de sucio y no tengo por qué lavarlo yo; ella contesta -bromas aparte- que no importa, que no mostrará el refrigerador por dentro cuando vayan a ver el búngalo. Uno de sus trabajadores revisa la regadera y comenta que el aislante está puesto al trancazo, que los cables deben tener su propio tubo, que es muy peligrosa una regadera eléctrica mal instalada, que si alguien la toca mientras se baña puede quedarse allí pegado... etcétera. El corto circuito ha dejado un rastro de manchas negras, pero a la señora le preocupa y ocupa íntegramente la falta de un foco en mi terraza, el foco más importante del mundo, el único, el mejor, el más festejado al fin y al cabo de una hora. "¡Ya está tu foco!", exclama. Desde las doce del día, que hablo con ella, espero hasta las cuatro de la tarde a que alguien arregle la regadera y limpie el refrigerador; como nadie lo hace, voy a la playa y regreso a las siete con sudorosa urgencia de un regaderazo; estoy sucio también de tierra y arena, pero la regadera sigue exactamente como la dejé y el refrigerador también. En cuanto llego, la contaminación me provoca una intensa jaqueca; presiento que la ira acumulada en más de cuatro días está por explotar, que voy a destrozar el búngalo, a dejarlo hecho añicos y, si nadie me detiene, haré lo mismo con los otros dos, y si la policía no llega a tiempo, le prenderé fuego a toda la casa, no sin antes poner a salvo mis cosas, por supuesto. Una vez contenido el impulso, me baño como aprendí a bañarme en Juchitán, a jicarazos, y voy al hotel más próximo, en donde encuentro una recámara enorme con vista al mar por 200 pesos la noche; el lugar es una casa con todo lo necesario para no salir más que a la playa o de compras; además está a unos pasos de los búngalos, así que hago la mudanza en unos minutos a pie, valga la redundancia.

Esa misma noche (sábado), llamo por teléfono a «Doña Focos» y dejo un mensaje en su contestadora, exigiendo la devolución de mi dinero; al día siguiente, llamo a su celular con la misma exigencia. La señora deshonestidad amparada en la demencia contesta que debo conseguir clientes que ocupen el búngalo para que me devuelva el dinero; le explico en pocas palabras la realidad y ella me pide que la llame en la noche, momento a partir del cual deja de contestar el teléfono. El lunes veo desde la azotea de la casa donde me alojo que «Doña Focos» llega con un grupo de posibles clientes; me apersono y le exijo una vez más la devolución de mi dinero; «Doña Focos» me pide que regrese en una hora y eso hago; entonces la encuentro sentada en una cama con actitud lacrimosa, mientras el trabajador que revisó la regadera instala un cortinero, y otro pinta la escalera que sube al búngalo, fumando al mismo tiempo. Ella se desata progresivamente con la siguiente perorata: "No me ha llegado un dinero que me iban a enviar y tengo que rentar el búngalo, pero no puedo rentarlo porque es tuyo, tú ya lo pagaste y ya no van a venir los canadienses que te dije, por dártelo a ti, pero no sé por qué te fuiste, te aceleraste, yo creo que te cobran más barato en donde estás y por eso te fuiste, porque la regadera no tiene nada, está perfecta, lo que pasa es que tocaste el tubo y por eso te dio toques, pero no se debe tocar el tubo, me imagino que nunca te habías bañado con una regadera eléctrica, voy a poner un letrero de que no se debe tocar el tubo para que no vuelva a suceder, y el barniz no huele, ya se secó desde cuándo, nomás tú lo hueles, pero es pura sugestión, porque el thíner no es tóxico, yo tengo muy buen olfato y me doy cuenta, y la pintura tampoco huele, ¿cómo va oler, si estamos pintando afuera de tu cuarto y hasta la mezclamos con gasolina para que se evapore más rápido?, no hemos pintado adentro porque tú estás allí y no nos dejas, te quejas de todo, todo te parece mal, hasta el humo de cigarro te molesta, nomás piensas en ti, no piensas en los demás, yo fui por ti al aeropuerto y te llevé a todas partes, te invité a cenar, no sé qué estuvo mal, todo estaba bien, pero te aceleras, el que está mal eres tú, mejor deberías irte a la montaña para que nadie te moleste, no te das cuenta del daño que haces, el anuncio en Segunda Mano dice 500 pesos y yo te cobré 300 y todavía los rebajé a 250, voy a hablar con tú mamá para no tener problemas con ella porque me cayó bien"...

-Vas a tener problemas conmigo -interrumpo el monólogo- si no me devuelves lo que te pagué; mi mamá no tiene nada qué ver aquí...

-¿Sabes qué onda, brother? -interviene el trabajador, que no me quita de encima la mirada hostil ni su carga de adrenalina, martillo en mano- ¡Que no quieras pasarte de lanza!

-No soy tu brother ni hablo contigo.

Fin de la discusión. Tampoco soy el sicoanalista de semejante oligofrénica para seguir escuchando su caudal incontenible de incoherencias y sandeces deshonestas; este asunto hay que dirimirlo por otras vías. De ahí voy directamente a la agencia del Ministerio Público y entonces el conflicto involucra tanto a esa como a otras autoridades, entre las que destacan el Ayuntamiento Municipal de San Pedro Mixtepec y la Delegación de Turismo en Puerto Escondido.

(Continuará...)

1. El anuncio es publicado varias veces hasta el jueves 18 de diciembre de 2008 en la sección turística de esa revista, así como en su versión web.

[] Iván Rincón 9:45 PM

Crepúsculo zipoliteco. Foto: Iván Rincón

Febrero 4 de 2009

Puerto Escondido, Oaxaca. Domingo 1 de febrero. No es la primera vez que anochece mientras hago ejercicio en la playa Carrizalillo; más bien es una tendencia, pero ahora con la fortuna de ver, al acostarme boca arriba, una lluvia de estrellas; tampoco es la primera vez que ocurre ante mis ojos un espectáculo de semejante maravilla, pero como si lo fuera, porque mi recuerdo es tan lejano y, en consecuencia, tan vago, tan difuso, que ni siquiera estoy seguro de haber sido yo o el personaje de una película quien contaba las estrellas fugaces en una competencia con otra persona. ¡Allí va una! ¡Allá otra! Yo la vi primero. Creo que éramos los dos Arturos de la familia Rincón en nuestra infancia, cuando todavía no me quitaba ese nombre, como actualmente me llaman nada más los dos Césares de la misma familia, nido de alacranes, diría Octavio Paz. En realidad no importa si éramos nosotros o eran otros, "los otros todos que nosotros somos", quienes contábamos estrellas fugaces aquella noche ticumana, porque "detrás de nosotros estamos ustedes". En esta suerte de otredad y otra edad, creo haberme quedado solo en toda la playa, que al anochecer es toda para mí solo, hasta que una linterna me desengaña con su luz artificial al allanar la oscuridad absoluta que es absolutamente nada, porque la luna y las estrellas iluminan el mar, pero nada más el mar y sus límites de arena; entre las sombras de los árboles solamente hay sombras, "sombras nada más, entre tu vida y la mía", mi vida que es tuya, tu vida que es mía.

Un ejército de hormigas marcha en cantidades crecientes alrededor de la toalla roja sobre la que hago ejercicio; su apariencia es amenazadora, pero permanece al margen, sin pisar mi territorio de tela, o sea, mi telitorio. ¿Tendrá acaso alguna relación la coincidencia de colores, el de la toalla y el de las hormigas, que es idéntico? Lo seguro es que tiendo a hacer mi ejercicio cada vez más tarde, cada vez más noche, aun sabiendo que debo terminar por lo menos seis horas antes de acostarme a dormir. Finalmente lo sé. Y pensar que fue un cardiólogo quien me recomendó hacerlo de noche para evitar el insomnio, el mismo cardiólogo que atendía a mi padre cuando ocurrió el infarto y el susto familiar marca diablo. "No hay insomnio que aguante un par de chaquetas", afirmó ese docto señor, eminencia dedicada al canje de unas enfermedades por otras más lucrativas, al menos para las farmacias y los fabricantes de neurocidas. Lo bueno es que no existe dicha palabra; es la tercera que invento hoy. Algo me dice que las hormigas me respetan porque las respeto. Mis vecinos deberían aprender de las hormigas y de los caracoles con patas de cangrejo, que son otra maravilla. Entre las sombras de los árboles también hay víboras, alacranes, arañas... pero la única ponzoña que realmente me preocupa es la del humano, el único animal que no me respeta ni merece mi respeto. Por eso me interné en las peñas hoy en la tarde, que fui a Puerto Angelito, donde la arena es más oscura que en Carrizalillo, por cierto; fue la primera vez y fue un error, porque es domingo y no hay día más populoso que un domingo, aun en "temporada baja", porque el turismo local es suficiente para crear aglomeraciones playeras, domingueras. Aturdido y engentado, salí huyendo por un costado hasta que no hubiera nadie más que yo entre las rocas y el mar; entonces grité que estoy loco y el eco respondió: lo sé, lo sé... En mis sueños tengo vértigo y, si los sicoanalistas sirvieran para lo que supuestamente sirven, alguno me habría recomendado hacer lo que hice: escalar las rocas aledañas a Puerto Angelito hasta llegar a "la cima de la mayor soledad posible", que en este caso es una soledad microcósmica. La huella del paso humano por estos rocosos lares es simplemente mierda, excremento, materia fecal, y moscas gordas, ruidosas, eufóricas de agradecimiento por su hábitat. Sembrar mierda y cosechar moscas es vocación humana.

Entre las estrellas permanentes o cautivas y las estrellas fugaces, hay una que parpadea y avanza lentamente hasta ocultarse detrás de los montes; quizás es un OVNI ("objeto volador no identificado"), no platillo volador o nave de marcianos. Ojalá hubiera vida extraterrestre, es decir, más allá de este planeta que debería llamarse Mar en lugar de Tierra, como el universo debería llamarse pluriverso, aunque no sea un poema. Ojalá hubiera un mundo mejor o, mejor dicho, menos malo.

Ante la inmensidad del mar y la del firmamento, la mirada crece como la conciencia de ser infinitesimal y dedicar el tiempo y demás recursos a cosas y asuntos tan insignificantes como nosotros mismos. Paradójicamente, si hay algo infinito, además del universo, es la estupidez humana, aunque ni siquiera Einstein estaba seguro de que el universo fuera infinito, como sí lo estaba de la estupidez humana.

[] Iván Rincón 10:55 PM

Atardecer en Zipolite... Foto: Iván Rincón Atardecer en Zipolite... Foto: Iván Rincón